Rufino Marin "Hablan desde la cárcel los hijos de Martín Fierro"

Notas sobre el disciplinamiento de las poblaciones flotantes


Si existiese un Martín Fierro más fiel a la realidad de los marginados del Siglo XIX, sus hijos serían los que aparecen en este libro: historias de vida, que ilustran muy bien una parte de la historia cercana de nuestros territorios patagónicos en el primer cuarto del siglo pasado.

Es un lugar común hablar del rescate de la voz de los sin voz, sin embargo este trabajo de Rufino Marin, lo hizo tempranamente, para luego pasar inadvertido durante décadas y ser rescatado a último momento de un tacho de basura de la ciudad de Viedma (esto es literal). Hablan desde la cárcel los hijos de Martín Fierro es, entonces, un libro olvidado que a mi entender, refleja muy bien algunos problemas de las poblaciones flotantes en el territorio de la provincia de Río Negro, posteriormente al genocidio roquense.

Por población flotante[1] entiendo a aquellas poblaciones que no pueden anclarse en una organización territorial o en un modo de producción, constituyéndose como una “masa marginal”, que en algunos casos ni siquiera opera como ejército laboral de reserva de las actividades productivas. En este caso se trata de las poblaciones flotantes que dejó un dispositivo específico de ocupación y organización territorial.

Si partimos de la hipótesis respecto a la cual nuestros dispositivos de organización territorial, tienen su origen en una guerra de ocupación colonial, entonces tenemos que, su génesis misma se despliega sobre la base de estrategias de exclusión que con el tiempo van mutando en estrategias de inclusión dentro de un determinado modelo disciplinar.

El libro es una recopilación de entrevistas que en 1933, realizó el periodista Rufino Marín en el penal de Viedma  a los “más famosos bandoleros del sud”. Lo de “bandoleros”, tiene más que ver con una promoción editorial que con los relatos de vida que aparecen en él. De hecho, contienen entrevistas a bandoleros, dos de los cuales fueron compañeros del ahora célebre y motivo de culto, Juan Bautista Bairoletto, pero también recoge la vivencia de inmigrantes chilenos, mapuches y criollos, ladrones de gallinas, locos o “anormales” (en palabras del mismo autor), mujeres sometidas a la prostitución, madres cansadas del sufrimiento patagónico que eligen vivir en la cárcel a morir en la bravura del invierno estepario. En las páginas del libro se ve reflejada las cercanías de esas historias con nuestra época, con localidades y calles nominadas como las conocemos hoy, con apellidos que nos suenan familiares. Entre las perlas que rescata Rufino Marin se encuentran fragmentos de las décimas de Víctor Elmez, un bandolero romántico, procedente de Chile.

Roberto Focter Rojas. Uno de los personajes retratado y entrevistado en este libro. Ilustración Lola Nucifora.
Medio siglo después del genocidio del general Roca, estas voces, nos hablan de algo terrible, el motivo real de ciertas estrategias gubernamentales de inclusión de determinadas poblaciones, basadas en el simple hecho de que no es económicamente rentable exterminarlas. La economía del exterminio tiene antes que los límites de índole moral, límites de índole material, y a partir de ese supuesto trivial es reemplazada por estrategias de exclusión política, social y territorial.

El autor rescata dos aspectos, que corrobora en sus entrevistas, que aportan a estas estrategias de exclusión, por un lado, el medio natural inhóspito de la Patagonia, y por otro lado las instituciones creadas para controlar el territorio: por un lado, la policía, cuyo accionar se basaba principalmente en despojar a los indígenas de sus riquezas, empobreciéndolos y desmoralizándolos y; el Juzgado de Paz, que actuaba como una oficina de convalidación de las tropelías policiales. Rufino Marin, es crítico de este accionar de la policía y de los jueces de paz, desde un ideal del progreso, donde la incorporación del “indio” es ponderable para los trabajos rurales y militares. Dice Marin:

El elemento indio, acorralado en el último reducto de los contrafuertes cordilleranos, patrimonio exclusivo de bandoleros y guanacos, mesclados confusamente argentinos y araucanos de Chile, pastores de cabras y de ovejas, mansos ya, en los estertores de la raza que termina, semicivilizados a fuerza de haber pasado generaciones en contacto con los blancos (…) Su desaparición es simplemente literaria. Prolífico como pocos –las familias no bajan nunca de los diez hijos, casi sin excepción- el indio acepta ya una nueva vida; desde el nombre europeizado, asentado en los juzgados de paz, reconociendo a los hijos,  hasta el servicio militar que cumple con orgullo, bajo los ojos asombrados de sus mayores, el indio es en la gran vastedad patagónica un elemento ponderable para los trabajos rurales (18).
En este párrafo se puede advertir el paso de un momento de guerra de ocupación y exterminio, al disciplinamiento de estas poblaciones, asignándoles funciones específicas –trabajos rurales y ejército- y, algo que Marín no dice y que es parte de esa disciplina, asignándoles un lugar específico en la vastedad del territorio. La cuestión del nombre merece un análisis aparte.

Las funciones van cambiando con el tiempo, las disposiciones territoriales son una huella que pervive, más allá de las mutaciones en las formaciones sociales. Pero para asignar funciones, es necesario disciplinar a las poblaciones, de modo tal que como dice Marin, “el indio” acepte la nueva vida, incluso hasta el punto cumplir “con orgullo” el servicio militar.

El empobrecimiento cumple un lugar importante dentro de esta estrategia disciplinar. Notemos el relato sobre el accionar sistemático de la policía en el entonces territorio nacional de Río Negro, de Daniel Coñuenao, lejano descendiente de uno que frente a cien flechadores con piedra destruyó un fortín de españoles que comandaba Valentin de la Engracia, andaluz de Sevilla:

Mucho indio hay que tene hambre po culpa polesía. Cuando viene milico y indio tene mucho bicho, milico dise a indio: “che indio, yo quere comprar casalito e chivo pa que saquen cría”. Indio no puede vender a milico tene que da. Si vende milico agarra rabia y lleva preso a indio pa otra vez. Indio tonse da a milico y le dise: “tomá milico, no vendido, regalao…”
Cuando indio tene poco bicho, como yo tene, milico arrea bicho de otro campo pa casa de indio. Entonse indio mata y come. Entonse milico vene y dice: “ya robaste hasienda indio e porra”.  Y lleva preso. Polesía tene la culpa; verdá, polesía tene la culpa… (45)
De los personajes que aparecen en las entrevistas, Marín advierte una asociación entre los bolicheros, la policía y los jueces de paz en el saqueo a las poblaciones indígenas.

En total, el cordero era orejano. ¿Pa qué están las marcas entonse? También podía ser mío. Y adimás, un cordero orejano es del que se lo arrea. ¡Qué cosa! Todos los cristianos hasen igualito. El juez, cuando llegó, no tenía chivas. Ahura tiene cincuenta. Y ni uñita compró. Le metía marca a la orejana, nomás (63).
Una celadora de la cárcel, explicaba el accionar sistemático de empobrecimiento de las poblaciones indígenas, combinado entre los bolicheros, la policía y los jueces de paz:

Es costumbre inveterada de los bolicheros, hacer llevar mucha mercadería a los que tienen hacienda que respaldan la cuenta. En el “fiao” ellos cargan la mano. Pasan los meses. La gente no paga. La cuenta crece. Un día -cuando calculan que deben hacerlo- se presentan al juez de paz. Los demandan por cobro en pesos. Se hace efectuar el traspaso de las haciendas a su nombre. En estas operaciones se ganan miles de pesos. Y se realizan todos los días. Así se despoja a esta gente. Los indios son carne de cañón de estos ejemplos (87).
Habría que revisar en los expedientes del penal, si es que existen, para hacer una historia del capital comercial y terrateniente en la provincia de Río Negro. Este rol que jugaban los comerciantes en el empobrecimiento de las comunidades, es lo que de alguna manera invitaba al bandolerismo. Así narraba Rosamel Flores, como fue persuadido a iniciarse como asaltante de boliches: “¿Vos sabes lo que roba el gringo? Te da menos en el peso y te encaja los fideos aunque tengan como dos años en el cajón. Los bolicheros roban un poco todos los días. Hay que hacerlos escupir lo que roban (138)”.

Además del empobrecimiento sistemático, podríamos decir que existe un disciplinamiento por la vía de la criminalización. Rufino Marin sin saberlo se anticipa a la criminología de la liberación cuando refiere a la “taumaturgia policial creadora de tanto delincuente” (187), donde ya entonces se hablaba de un trato especial hacia los pobres. Dice Mercedes Purral: “Y me arriaron pa estos laos. Claro, porque uno es pobre, que si hubiera sido un bolichero gringo de esos que tienen plata, me quedaba allí nomás, señor. Con plata todo se arregla señor… ¡Hay que ver!... (183)”.

Empobrecimiento y criminalización forman una dupla fundamental en las estrategias de exclusión, en un territorio nacional, en el que según Marín, impera un “permanente estado de sitio”, donde las policías lugareñas “antes que realizar la función preventiva que les corresponde (…) se dedican, por mezquinas conveniencias, a ejercer funciones sumariales propias de la justicia de instrucción”.

Los procesados [por la policía] son detenidos, arrancados de su medio, alejados por la fuerza del seno de sus familiares y del radio de sus intereses, y obligados a realizar el fantástico viaje de 500 o 1000 kilómetros hasta enfrentar al juez constitucional que dirá algún día, cuando su recargo de tareas lo permita, si son culpables o si fueron, simplemente, víctimas de un vulgar e inicuo atropello (22)
El mismo Marín cita como introducción a sus entrevistas, fragmentos de los fundamentos de un proyecto de resolución sobre la creación de Justicia Letrada y de Paz, presentado por Lorenzo Amaya, delegado de la municipalidad de Esquel, en un congreso de municipalidades reunidos en Buenos Aires en 1933 y que refleja la situación de los territorios:

Más que al bandolerismo ocasional y esporádico, los pobladores de los Territorios temen a la actuación policial, a los sumarios fraguados, a los abusos de autoridad, a los desmanes que a diario cometen sus representantes de toda jerarquía, amparados en las fallas de nuestra ley de procedimiento criminal, en las dilatadas extensiones de los territorios y en la benevolencia, a veces incalificable, de las autoridades administrativas de la propia justicia.
Algunos, empobrecidos y marginados encontraban en la cárcel el único lugar que los cobijaba, una tercera parte del penal de Viedma en 1933, estaba constituido por presos que elegían esa condición, según el relato de la misma celadora, colapsando a la justicia letrada (¡ya entonces!) y repercutiendo en el presupuesto de la cárcel. El destino de la cárcel implicaba además el abandono de sus propiedades…





[1] Concepto, que al igual que otros plasmados en este recorte, tomo de Michel Foucault (2006) Seguridad, territorio y población. Fondo de Cultura económica, Buenos Aires. Ver páginas 37 y 38.

Comentarios

Entradas populares