Viedma

Notas sobre “Viedma”, la novela de Gonzalo Álvarez Guerrero.

“Muchos hay que sólo esta vez en la vida pasan por aquel morir y renacer que es nuestro destino, sólo esta vez, cuando lo que hemos llegado a amar quiere abandonarnos y sentimos de repente en nosotros la soledad y el frío mortal de los espacios infinitos. Y hay también muchos que embarrancan para siempre en estos escollos y permanecen toda su vida dolorosamente adheridos a un pasado sin retorno, al sueño del paraíso perdido, el peor y más asesino de los sueños”.
Demian. Herman Hesse

En la librería Del Libertador, en la calle Corrientes hace dos años encontré una biografía del Coti Nosiglia. En ese momento me interesó conocer un poco más de este personaje que cada tanto aparecía en algún diario como el gran operador del radicalismo. Además, mi interés se debió a que costaba ocho pesos, y tenía una excelente encuadernación. Me pareció una casualidad que ese libro me atrape, supuse que fue por la temática, por ciertos pormenores de la historia nacional que no conocía, y porque estaba muy bien escrito, el relato no se caía nunca. Uno de los escritores era un tal Gonzalo Álvarez Guerrero.

El segundo libro que leí de Álvarez Guerrero lo compré porque ya conocía la pluma y porque transcurría en la querida ciudad de Viedma. Así a secas se llama la novela: “Viedma”.

La novela nos atrapa por partida doble: por un lado su escena local e histórica, donde nos vemos familiarizados con sus calles, con sus puntos de encuentro, con eventos guardados por una generación, -la visita olvidada de Sumo-, con ciertos personajes que nos emociona verlos inmortalizados –el negro Livigni-, todo esto enmarcado en el proyecto faraónico alfonsinista del traslado de la capital y la fundación de la Segunda República. Y por otro lado, los temas universales que aborda: el erotismo, descripto de modo tal que deja una impresión efectiva de la energía libidinal en plena ebullición, creativa y mortal; la orfandad potencial y los ideales imposibles como escapatoria a esa condición; la necesidad de abrirse paso en un mundo donde la soledad se engaña y se retroalimenta en la compañía de los otros; los miedos, los celos; las experiencias que hacen de un individuo un sujeto; la vacuidad de la trascendencia humana –recostada desnuda en un hotel de Madrid- y la necesidad siempre latente de volver al lugar de los amores perdidos.

Poco importa la fidelidad histórica de la novela, pues ¿qué es la historia sino una ficción más o menos consensuada? Importa el prisma, la colección de elementos que le devuelven humanidad a los lugares de poder, algo muy propio del género biográfico en todas sus variantes.

Gonzalo y Alfonsín, se cruzan, se saludan y comparten mecanismos subjetivos. Alfonsín asume el reto histórico de sostener la ilusión de la democracia. Está solo, sabe que el fracaso de su gobierno será atribuido únicamente a su accionar; la sociedad que lo abrazó, que lo contuvo, que lo eligió está convaleciente, ya no estará; los sectores de poder que parecían acompañarlo se alejan; el proyecto de Viedma capital de la República es lo único que le da un sentido a lo que hace, lo enamora, lo desvela, usa su tiempo de una manera irracional. La Viedma de Gonzalo es Catalina, su proyecto imposible, por ella se desvela, se inserta en su nueva ciudad, cubre la ausencia de su padre gobernador y sobrelleva la enfermedad de su madre.

Para otros analistas (lugar común de la metáfora psi), Catalina le da el golpe de gracia a la madre de Gonzalo, ayuda a matarla, en línea paralela al quiebre del vínculo entre Alfonsín, la sociedad que lo eligió y el ideal de la democracia. Así como la madre de Gonzalo se muere luego de enterarse que Catalina lo abandona, el gobierno de Alfonsín termina su mandato cuando el Proyecto Patagonia pierde toda posibilidad de ser realizado.

Poco importa la fidelidad histórica de la novela, los planos de la nueva ciudad, los rasgos de Catalina, lo único invariante son los mecanismos subjetivos vividos, es lo único de lo que no se tiene retorno. Viedma finalmente no fue la ciudad soñada por Alfonsín cuando necesitaba seguir soñando, pero devino en una pequeña y hermosa ciudad recostada sobre la rivera. Tuvo su segunda oportunidad…

Gonzalo en su búsqueda, y en su fuga, deviene en el Sinclair del río Negro, Andy su amigo de la infancia barilochense, siguiendo con el juego de analogías, encarna una especie de Demian, el alterego que termina internado. Los hermanos Lousteau son el Franz Kromer de este relato, representando el miedo ilusoriamente vencido en un acto de venganza.

La autobiografía asume un riesgo mayor cuando se le incorpora un componente de ficción, porque lo que ésta pretende ocultar a través de su pátina narrativa, lo que decide olvidar y excluir, deja expuesto al autor ante las personas representadas en esos personajes, las cuales encontrarán en cada rincón de la novela gestos y detalles que los remitirá a su propia verdad histórica.

Para los que sólo conocimos a los personajes y no a las personas (no a todas) nos queda el placer del texto y la certeza de que nunca volveremos a ver a Viedma del mismo modo.

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