¿Porqué están de moda las distopías?
No es nuevo, las distopías
están de moda, por su potencia estética, por lo que ofrece al espectador en
cuanto a catarsis sobre su propio ethos
y por otros aspectos que trataré de abordar en el presente artículo. Primero
deberíamos preguntarnos qué es una distopía.
En Utopía de Tomás Moro, el narrador cuenta que la isla donde se
despliega la sociedad ideal, lleva su nombre en honor a su victorioso fundador
Utopo, y que antes la misma se llamaba Abraxa[1].
El Demian de Herman Hesse nos
recuerda que Abraxas era "una divinidad encargada la función simbólica de
reunir en sí lo divino y lo demoníaco"[2],
el bien y el mal. Justamente lo que caracteriza a la sociedades utópicas,
además de su imposibilidad fáctica, es que anulan la convivencia entre el bien
y el mal para dar lugar a sociedades gobernadas por el bien o por la idea del
bien, cual República de Platón.
Las distopías a diferencia de
lo que se suele plantear, no son simplemente una anti-utopía, sino más bien las
formas de sociedad en las que se consuma el fracaso patente de aquellos modelos ideales. Donde emerge la tensión entre el
bien y el mal o, al menos, del reverso de lo que en apariencia es el bien.
Aquello que se plantea como una sociedad ideal, igualitaria, pura, contiene una
carga fuerte de opresión y desigualdad. Como decía Norberto Bobbio, "una feroz
desigualdad es el
signo amonestador y
premonitorio de las
utopías al revés, o «distopías»
( «todos los hombres
son iguales , pero
algunos son más
iguales que otros»)"[3].
En definitiva, en el centro
del relato distópico subyace una dislocación de la fe en el ser humano como
garante del porvenir. El universo de las distopías fue alimentado por los
totalitarismos —fascismos y comunismos—
desarrollados a la vuelta de la esquina de nuestro siglo y, por lo tanto, se
fortaleció con la caída de los grandes relatos totalizantes, del progreso
indefinido e incluso de aquellos que, fundamentados en una crítica al modelo de
producción capitalista, proponían sociedades fundadas sobre la base de modos de
producción no-antagónicos como el socialista o el comunista. Rebelión en la Granja (1945) de George
Orwell refleja muy bien el reverso o el devenir opresivo de dichos modelos.
El mismo autor es el creador
de la novela 1984, publicada en el
año 1949, uno de los máximos exponentes del género, en la cual incorpora el
elemento tecnológico dentro del relato distópico. No fue el primero: en lo que
sería la génesis de este tipo de relatos Metropolis
(1927) Fritz Lang y Tiempos modernos (1936)
de Charles Chaplin exponen la idea de una sociedad agenciada por las máquinas
del progreso y no es casual que el escritor inglés Aldous Huxley presente en Un mundo feliz "como una divinidad
moderna, reemplazando la antigua plegaria dirigida a 'Our Lord' ('Nuestro Señor')
por 'Our Ford'", en referencia a Henry Ford[4].
Lo distópico denuncia el
futuro que no fue en el proyecto de la modernidad. Sin embargo, su singularidad
pasa más por una crítica a la razón instrumental, a los ideales de la
modernidad que por la dependencia de un contenido futurista o tecnológico que
lo defina.
La
paradoja de la distopía
Quizá la gran falacia y el
gran elemento redentor de Rebelión en la
granja y de las distopías que la subsiguieron, radica en suponer que algún
sujeto está libre a priori de devenir
en cerdo, dando sobrevida a la esperanza en el ser humano como garante del
progreso. De este modo, la conciencias transcurren en la tranquilidad de la
idea según la cual: no es que naufraga la esperanza en el ser humano,
simplemente es traicionada por una casta de chanchos.
Esta operación paradójica de
la distopía es a su vez una operación clásica, un viejo recurso del cine que crea villanos y,
como diría Fernando Martín Peña, "su público -que es mayoría- encuentra
tranquilizador creer en ellos y retirarse de la sala persuadido (...) de que
los malos son 'otros' y las responsabilidades son ajenas"[5].
Subyace, entonces, la tranquilidad adolescente de que hay un Otro opresor y
culpable de los males de esa sociedad.
Podríamos decir que, las
distopías están de moda porque Hollywood y la industria de contenidos siguen
ofreciendo redención a un espectador que la acepta sin llegar a percibir nunca
la operación subjetiva que le vela su destino final. Si por un lado refleja la
caída de la esperanza en el ser humano como garante del progreso indefinido por
otro lado lo redime con la idea de que ese progreso es imposible por un Otro
humano despojado de toda humanidad. Hasta la idea de un plan demoníaco era más
productiva que esta que quita al ser humano del lazo de la responsabilidad de
su destino.
Es particularmente interesante
el primer capítulo de Black Mirror, El
himno nacional, pues no sólo contiene la mayoría de los elementos
descriptos en este artículo para las distopías sino que además deja expuesta la
paradoja distópica: la necesidad de degradar el lugar de la política a la mera
fornicación entre cerdos de distintas especies. Como si el primer capítulo
avisara que la singularidad del género no son los problemas del futuro sino de
un presente donde una masa amorfa expía sus miserias como un mero espectador de
las vilezas ajenas y de cómo algunos aceptan el lugar sacrificial, al mejor
estilo de La decapitación de los jefes,
de Ítalo Calvino (otra gran distopía... inconclusa). El himno nacional, deja expuesta la distopía como obra de arte y el
lugar que los espectadores asumen frente a ella.
En el cine, en la literatura y
en la vida real las distopías están de moda. Existe una gama amplia de
consumidores que las demandan y las eligen. No se elige un presidente pensando
en alguien que encarne el ideal de progreso, o la unidad de la nación, se elige
el actor más extravagante para los próximos capítulos de la historia. Al final
del capítulo será decapitado con todos los honores, y su sacrificio acunará
nuestras miserias humanas.
Más allá de las singularidades
que mencionamos del género, cada relato distópico al igual que las novelas
utópicas tienen una gran cantidad de elementos para reflexionar sobre el ethos de las sociedades en las que
vivimos. Y es ese aspecto el que termina de hacer de consumo masivo al género,
pues existe toda una serie de consumidores que se asumen "socio-conscientes"
que demandan contenidos que enaltezcan su capacidad intelectual de comprender
al mundo.
--------------------------
El género distópico habita la neomodernidad,
expone las maquinarias de la post-verdad, la infertilidad e inestabilidad de
todo relato con pretensiones cosmológicas y con cosmogonías que ya no generan
comunidad. El sujeto deviene en un mero satélite de los centros de gravedad, de las "atractividades" de los
poderes y contrapoderes de nuestro tiempo.
[1] Moro, Tomas. Utopía (1516). Versión directa del latín por Agustín Millares Carlo en Utopías del renacimiento (1941). México. Fondo de Cultura Económica. p 51.
[2] Hesse, Herman. Demian (2003) Editorial Arenal. p 72.
[4] Michael Löwy, Eleni Varikas. Racismo y eugenesia en EE.UU. Publicado en: Edición Cono Sur Le Monde Diplomatique, Número 95 - Mayo 2007, P 35. Traducción: Gustavo Recalde
[5] Peña, Fernando Martín (2012). Cien años de cine argentino. Buenos Aires: Biblos - Fundación OSDE. p. 243. En su crítica a Campanella, no el de La ciudad del Sol sino, el del Futbolín.
Comentarios